Igual que a los niños les encanta chapotear en el agua y en el barro, no hay nada que me guste más que los tratamientos corporales con algas, lodos/barros/arcillas, sales, vino.. da igual con tal que me unten el cuerpo con sustancias cuanto más pringosas mejor.
Montar en casa un pseudo-SPA es un engorro, y como la economía no da para ir a un centro de estética tan a menudo como me gustaría, he pensado en una solución intermedia, un jabón de arcillas. Y ya puestos, le ponemos tres tipos diferentes
Los beneficios de las arcillas en la piel son innumerables, por su alto contenido en nutrientes minerales que le dan brillo y elasticidad a la piel. Eliminan toxinas, fortalecen el tejido cutáneo, actúan activando el riego sanguíneo y ayudan a equilibrar el ph de la piel
Arcilla blanca o caolín. Para pieles secas y normales. Está compuesta por silicio y aluminio. Aporta propiedades antibacterianas, antiinflamatorias y cicatrizantes.
Arcilla verde. Para pieles mixtas o grasas. Es muy rica en magnesio y, entre otros, encontramos silicio, cal, potasio y fosfatos. Es desintoxicante, remineralizante y altamente absorbente. Limpia los poros, eliminando impurezas y absorbiendo el exceso de grasa (ideal para problemas de acné)
Arcilla roja. Para pieles sensibles y delicadas. El color se debe a sus altas concentraciones en óxidos e hidróxidos de hierro. Aporta propiedades astringentes y cicatrizantes, es similar a la arcilla verde pero reseca menos.
En este jabón he utilizado mi tridente favorito, oliva (oleato de laurel y de romero), coco y palma, también maíz, manteca de karité y de caco y en el sobreengrasado aceite de jojoba. En cuanto a aceites esenciales, lleva lavanda, romero, árbol del té, cedro y litsea cubeba.